Nos conocimos cuando teníamos 12 años; éramos vecinos y, desde el principio, nos volvimos inseparables. Lo que comenzó como una amistad inocente y pura se fue fortaleciendo con los años, convirtiéndose en el pilar fundamental de nuestras vidas. A los 17 años, nos dimos cuenta de que lo que sentíamos iba más allá de una simple amistad.

Desde entonces, hemos dedicado nuestro tiempo a conocernos, a compartir sueños, alegrías, y a superar juntos los desafíos de la vida. Nos sentimos increíblemente bendecidos de haber encontrado en el otro a nuestro compañero de vida, y ahora, con la bendición de Dios, estamos cumpliendo el sueño que ambos compartimos desde niños: unir nuestras vidas para siempre.